jueves, 15 de diciembre de 2016

Por qué

MAKANDAL - 16 DE MARZO DE 2007 - 15:07

Sus manitas desoladas se aferraron con fuerza a esa mano gigante que tanta seguridad debía darle y solo le brindaba indiferencia.

¿Por qué papá? Preguntó con su cara bañada en lágrimas de décadas. Sus ojos se volvieron repentinamente aniñados y sus manos buscaron desesperadamente esas manos en las de su marido. Se aferró a ellas como un náufrago y de repente noto que estaba tremendamente sola.

¿Por qué papá? Se preguntó una vez más, aunque ahora en silencio. Recordó su infancia descolorida y áspera, habitada por el capricho del autoritarismo y el desamor; la adolescencia preñada de sueños musicales, el conservatorio… ¡la carrera del secretariado!

Lloró con un llanto amargo al recordar aquel estudio obligado, “porque eso si sirve, no como la mierda de la musiquita”, persistente, desconsolado. Sus tías, las que nunca comprendieron nada, siguieron haciéndolo ahora y trataron de consolarla por la pérdida.

“No llores querida, el ahora está en buenas manos” le dijeron.

Pero… ¿a quién podía importarle la suerte de semejante tipo? ¿quién se preocupa por la suerte de su verdugo?

Recordó los primeros días con Damián, mayor que ella, y su apresurada propuesta de casamiento. Recordó que más que el amor fue el espanto quien dio el asentimiento.

Recordó los años de manso compañerismo, esa forma tan tranquila del amor que terminó asesinando la pasión.

Recordó la irrupción volcánica de Gabriel, rompiendo todo a su paso, hasta su corazón enamorado.

La llegada de Luna, con sus besos de miel.

Su vida… tan blanda, tan chata, tan amarga.

¡¿Por qué papá?! Volvió a preguntarse para si misma mientras se refugiaba en una taza de café.

Deseó que lloviera y salir a caminar hasta que las gotas llegaran a sus huesos. Era curioso, toda la vida había odiado a ese hombre, hasta el punto de decidir no hablarle y ahora, que por fin había muerto no podía sino sentir desazón. Dolor por no haber podido escuchar sus respuestas, aquellas respuestas, que en su soberbia tal vez jamás habría contestado.

El café se consumió entre sus dedos.

¿Por qué papá?

Sonaba como un eco la pregunta sin respuesta. Allá abajo las casas de su niñez y su infancia la miraban en silencio, ese silencio hosco que tanto conocía.

Adelante la nieve de la cordillera pintaba de blanco el porvenir. Ajustó una vez más el cinturón, no hacía falta, pero siempre lo ajustaba una vez más. A su lado alguien, indiferente, leía una revista.

Cerró los ojos por un instante que pareció una eternidad, cuando los volvió a abrir miró nuevamente las casa por la ventanilla. Ya se veían muy pequeñas, tanto como su pasado.

Las miró con tristeza y esbozo una pregunta sin esperar respuesta.

¿Por qué?

O. W.

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